Biografia
"Me gusta mirar el progreso desde la lupa de la ética. Ciencia y moralidad son para mí dos conceptos indisociables. De aquí bebe mi génesis, mi inspiración en aquel futuro que nunca llegó y el momento dorado de la investigación en las décadas de los cincuenta y sesenta, un atractivo universo de perspectivas truncadas. La fascinación por el progreso científico, la confianza en que sería capaz de resolver cualquier problema. Un paisaje falsamente futurista pero que sobrevoló los anhelos de unas cuantas generaciones"
Adamo Dimitriadis sobre la exposicion Memorias del Futuro, 11/01/2017.
La pintura le seduce desde niño, pero sería la visita a una exposición de René Magritte, ya en la veintena, la que determine su vocación. Acababa de finalizar sus estudios de Diseño. Aquellos fueron unos inicios cercanos al surrealismo pop.
A partir de 2014 evoluciona hacia un realismo científico. Ciencia y moralidad son dos conceptos indisociables en su obra. El progreso auscultado desde la lupa de la ética. Aquel futuro perfecto siempre ensombrecido por la amenaza, los avances científicos desviados hacia fines ajenos al beneficio humano. De aquí bebe su génesis, inspirada en El futuro que nunca llegó y la fascinación por la ciencia en las décadas de los cincuenta y sesenta, un atractivo universo de perspectivas truncadas que mezcla con personal elegancia en una paleta conceptual de la que sobresalen la ciencia ficción, la arquitectura brutalista y la fotografía industrial, como paradigmas de la modernidad.
Adamo Dimitriadis recrea el lado oscuro del progreso científico con la percepción irreal de un sueño en tecnicolor. Sus óleos irradian una felicidad tensa, como si pasar de la alegría a la catástrofe fuera cuestión de tiempo. Narran un desencanto dulce en un futuro pasado, un mensaje que rocía con ironía para dar entrada a su denuncia del mal uso del progreso científico, que tantos ejemplos ha trasladado al presente.
“Los niños ya no quieren ser astronautas y científicos, sino futbolistas”, resume en una evocación. Recuerda de aquella su más temprana edad la arquitectura industrial y las ilustraciones cientificas que curioseaba en los libros de su padre, un ingeniero griego afincado en España. El átomo, un símbolo constante en su obra, le despertó en esos años una curiosidad todavía no resuelta, fruto quizá de la quinta esencia del concepto: su misteriosa indefinición.