HORIZONTE ARTIFICIAL
Galería UTOPIA PARKWAY, 12/09/2024
ADAMO DIMITRIADIS: EL FUTURO YA ESTÁ AQUÍ
Por
Por Javier Díaz-Guardiola*
Recuerdo perfectamente esta apreciación del artista José Antonio Hernández-Díez (Venezuela, 1964), que me hizo cuando le entrevisté con motivo de su muestra en 2016 en el MACBA de Barcelona (1): Cada sociedad imagina el futuro desde su propio presente. Y por eso, esa idea de futuro atiende a realidades cercanas y no se diferencia tanto del momento en el que se imagina, aunque la apariencia pueda hacer pensar lo contrario. Y no le falta razón.
Me paro ahora a recordar cómo nos imaginábamos el nuevo siglo desde mi infancia en los ochenta, y aunque películas como “Regreso al futuro II” de Robert Zemeckis nos situara en sociedades de coches y monopatines voladores, seguía siendo necesaria la conexión por cables de las máquinas y los outfits de los protagonistas desparramaban las lentejuelas, irisados y las hombreras propias de la moda de esa década. Retrocedemos un poco más atrás, a los 70 y el arranque de la saga de “La guerra de las Galaxias”, y da casi vergüenza ajena suponer que alguien sería capaz de dominar el universo con una nave cuyo cuadro de mandos estaba llena de luminosos botones de colores y en cuya pantalla, del tamaño de una tablet actual, se reproducían imágenes de una calidad inferior a 20 kilobytes, más parecidas a las que nos arrojaba un “videojuego” mítico como el del frontón, con su rayita muro y su pelotita desplazándose a velocidad de caracol en un fondo neutro.
Me retrotraigo más atrás y les menciono a “Los supersónicos” (“The Jetsons”, en el original), de William Hanna y Joseph Barbera, finales de los 60, que pese a vivir en un mundo que atravesaba la barrera del sonido, no podían ser más rockabillies, como sus paisanos “Los Picapiedra”, aunque temporalmente les separaran más de 5.000 años, año arriba, año abajo... Y les pongo a prueba: ¿Cómo imagina el futuro, no tan lejano, una distopía como “El cuento de la criada”, tanto en la versión novelística de Margaret Atwood como en la televisiva de Bruce Miller? Pues capada en libertades, con el fascismo campando a sus anchas, la seguridad como valor fundamental (en base al cual el ciudadano renuncia a derechos conquistados) y privada de dispositivos para la comunicación, como internet o los teléfonos móviles. ¿Les suena de algo todo esto? Nuestra idea de futuro es líquida, fluida hasta en sus géneros; se nos escapa entre los dedos, que no conviene contradecir a Zigmunt Bauman.
Se podría pensar que el trabajo pictórico de Adamo Dimitriadis (Madrid, 1967) opera en sentido contrario. Que él nos habla del futuro desde el pasado, un pasado no muy lejano que se imaginó el futuro como utopía. Y que en realidad es ahora nuestro presente. Juega pues con las cartas marcadas, sabiendo lo que estaba por venir, pero invitándonos con ello a predecir lo que está por llegar. De esos barros, estos lodos. O como se diría ahora: la máquina del fango a pleno rendimiento.
El título de su nueva comparecencia en la galería madrileña Utopia Parkway (la cuarta ya) no deja lugar a dudas ni desde su título: “Horizonte artificial”. La del horizonte es esa línea a la que miramos buscando el progreso, lo que está por venir. Un escenario que nos ofrezca un bienestar superior del que disfrutamos desde el punto desde el que se alza la vista. El problema es ese adjetivo: “artificial”. Que algo sea por naturaleza falso, no natural, poco saludable, no invita demasiado al disfrute, el optimismo o el deleite.
Digamoslo ya: como narrador, a Dimitriadis le ha interesado siempre el de progreso como concepto pero con sus luces y sus sombras. El hombre occidental ha asentado su idea del mismo sobre el pensamiento científico desde el periodo de la Ilustración, pero, para nuestro creador, Ciencia y Moral son dos términos indisociables. “Me gusta mirar el progreso desde la lupa de la ética”, repite una y otra vez, y tiene como lema de su “statement” en su propia página web (2). Si su objetivo se dirige fundamentalmente a la sociedad del pasado siglo es porque justo allí se cimentaron las bases de un sistema de perspectivas hoy truncadas donde los avances científicos se transformaban en herramientas o palancas de cambio y mejora... Que también podían implementarse para el mal. Desde el ADN a la onda de radio, la navegación aérea o la nanotecnología, todo ello contempla un envés que puede deparar consecuencias catastróficas.
Fijémonos si no en una de las piezas centrales de esta muestra, 'Perisphere', inspirada en uno de los iconos de la Exposición Universal de 1939, que tuvo lugar en Nueva York. Su lema fue “Construyendo el mundo del futuro”, y se desarrolló justo después de la Gran Depresión americana, apostando pues por el progreso científico como una de las salidas a esa crisis social y económica. En el interior de este edificio esférico (que luego se ha repetido en otras exposiciones universales: no hay más que recordar cuál fue el emblema de la Expo de Sevilla 92) se desplegaba un gran diorama, una maqueta inmensa desde la que explicar los avances de esa sociedad por venir, que iba rotando y girando sobre sí mismo y que el espectador presenciaba desde cierta altura. Una vez más, el hombre divinidad que lo domina todo desde lo alto. Ahora bien, el mundo que llegaba poco después no era nada halagüeño: Una segunda guerra mundial, un holocausto, dos bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, el inicio de una Guerra Fría entre dos bloques enfrentados amenazándose constantemente con la amenaza nuclear... No es de extrañar que nuestro protagonista opte por incendiar en su lienzo ese “falso sueño americano” en forma de edificio antes de que se produzca. Cualquiera de nosotros lo habría hecho.
Dimitriadis no hace sino regresar al nudo gordiano, a la madre del cordero, a ese momento en el que todo comenzó a torcerse. De ahí su interés por esas décadas del siglo XX en las que, mientras se cernía sobre el hombre contemporáneo el peor de los males, el cine, la fotografía y la publicidad se encargaban de maquillarlos y fomentaban el consumismo y los aires de fiesta como parches y bocanadas de bienestar para no mirar al otro lado. Elvis está moviendo la cadera, nada malo puede pasar. Las pin-up también se contonean. El hombre llega a la Luna. Somos los amos del universo... En realidad, se iniciaban siete décadas que nos llevarían a una era atómica y una amenaza nuclear que no es que no haya acabado: es que encima han entrado en el tablero de juego otros contendientes, China, Corea, Irán, a cual más loco que el anterior. Con dos líderes en Rusia y EE.UU., Putin y posiblemente un Donald Trump en una segunda vuelta, que ondean la bandera del populismo y no se caracterizan por su templanza o sentido común. Le leemos la cartilla a Francis Fukuyama, pues parece que la Historia más que acabarse, no deja de hacérsenos bola.
Así, la imaginería de ilustración de los años 50 y 60 se despliega en los cuadros de Dimitriadis justo por ser esta una época que, en plena Guerra Fría se esforzaba por mostrar un mundo perfecto que en realidad tendía más a la utopía o al totalitarismo. No en vano, en gramática se denomina “futuro imperfecto” a aquel inalcanzable del que no sabemos realmente si cumplirá su promesa: “Lo haré”, “Te amaré”, “Lo conseguirás”... Por el contrario, es perfecto aquel compuesto que solo alcanza su objetivo cuando ya es pasado en lo por venir: “Lo habrás logrado cuando nos extingamos como especie”. Conseguido lo segundo, se hace efectivo lo primero. Hasta la lengua es tozuda. Y desde esa imaginería, Dimitriadis aborda la espiral autodestructiva en la que lleva inmersa la sociedad desde hace décadas.
Y cuando la Ciencia esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Uno de los lienzos de la exposición es un homenaje a Wernher von Braun, ingeniero mecánico aeroespacial nacido alemán pero nacionalizado estadounidense en 1955 para poder trabajar en la NASA. Está considerado como uno de los más importantes diseñadores de aeronaves del siglo XX, siendo el jefe de diseño del cohete V2 y del Saturno V que llevó al ser humano a la Luna. Sin embargo, su controversia nace de que para el desarrollo de estos artefactos para la conquista del espacio tuvo que ofrecérselos a sus superiores como armas, cuestión que le supuso muchos problemas morales. De lo micro (el átomo) a lo macro (el universo), la tecnología ha sido aliada misteriosa de lo misterioso. Incluso en Disneyland, como ilustra otra de las pinturas de Dimitriadis, una empresa como Monsanto se encargó de patrocinar una atracción de Tomorrowland: El Hall of Chemistry, una propuesta autoguiada que funcionaba más como exhibición de museo de ciencias, dando a conocer al visitante todo lo que le debía a la química en su vida diaria, que como una actividad tradicional en un parque temático para niños. ¡Ay, los niños! ¡Pequeñas criaturas en las que depositamos las esperanzas de nuestro futuro! Esos niños que ya no quieren ser astronautas (¿se huelen algo?), sino futbolistas. O peor aún: influencers. Por eso son asimismo protagonistas de algunas escenas de nuestro autor, que en su empleo de la figuración se sirve de atrayentes colores eléctricos, como lo hacen los colorantes alimenticios para hacer más atractiva la ingesta, con un estilo pulido que no avecina tormenta. Y entre su personal figuración, algunos fondos más abstractos, más geométricos. ¿La causa? No olvidemos que se ha considerado que las Matemáticas son el idioma del universo. Tan indescifrable como la mente de J. G. Ballard, escritor de ciencia ficción a la que tantas veces ha acudido nuestro pintor y que tan bien analizó los efectos de lo tecnológico sobre el ser humano.
El riesgo de fuga es inminente. El mundo feliz que vaticinó Aldous Haxley, una realidad desde hace décadas. El planeta da señales de agotamiento pero nosotros seguimos prefiriendo reservar vacaciones de “todo incluido”. “El ser humano no es consciente del estado primitivo en que se encuentra” (3). Incluso, seguimos echando más leña al fuego para que la fiesta no acabe nunca: automatización de tareas, digitalización de la vida diaria, naturalización del uso de las mascarillas, ¡el fotografiarnos con ellas! Aunque la razón fue una pandemia mundial, cuyo inicio, la teoría de la conspiración situaba en un laboratorio chino... ¡La Inteligencia Artificial! ¿Quién les dice que este texto no lo ha escrito una máquina, que yo únicamente no me he tenido que dedicar a rastrear las obsesiones que repite, evolucionando su estilo, desde hace años Adamo Dimitriadis? Porque, están avisados: el futuro no es lo que está por llegar. El futuro ya está aquí. Que se lo pregunten si no a los Radio Futura que lo pregonan desde 1980. El futuro es un pasado que se empeña en no abandonarnos. Busquen, pues, su refugio. Comienza la lluvia (ácida).
(1) “La obsolescencia artística programada también existe”. Entrevista a José Antonio Hernández-Díez. ABC Cultural. 25 de marzo de 2016. Número 1.127.
(2) https://adamodimitriadis.com/pages-about-me.html.
(3) Dimitriadis, Adamo. Texto para la exposición “Ecos de la Era Atómica” (2016), en conversación con la periodista Marta Molina.
*Javier Díaz-Guardiola es periodista, crítico y comisario de exposiciones. En la actualidad es coordinador de la sección de arte, arquitectura y diseño de ABC Cultural, redactor-jefe de ABC de ARCO y autor del blog de arte contemporáneo “Siete de Un Golpe”